Llegó la hora de tomar
el avión. Al llegar al aeropuerto de Casablanca me encontré con una delegación
de musulmanes que al parecer habían celebrado algún hecho importante
últimamente. Más de la mitad del avión estaba ocupado por ellos. Claro está que
el avión a Liberia es uno… bastante modesto. Todos llevaban muchísimas cosas en
su equipaje de mano, por ello nos demoramos más en abordar. Casi todos llevaban
exceso de equipaje. Me recordó mucho a los microbuses de campo donde todos
llevan las cosas del mes. Algo a lo que hay que acostumbrarse acá es al alto
volumen de las conversaciones. Muchas veces parece que están discutiendo, pero
sólo están conversando. Finalmente, me senté entre una señora con su bebé a
quien incluso le preparé su leche y un amigo de Portugal con el que hablé
durante las cinco horas de viaje. Siempre es interesante hablar con gente
abierta de mente y que no critica de mala forma todo lo que es ajeno a nuestra
cultura.
Monrovia nos esperaba
con tormenta eléctrica que me imagino desde el suelo debe verse muy hermosa, y
del aire también sólo que provoca un poco de inseguridad.
Al bajar del avión sentí
los primeros golpes de calor y humedad que serán, sin duda, unas de las cosas
más difíciles a las que acostumbrarse.
Llegué bien aconsejado
para cuando tenga que pasar por la aduana. Las cosas son menos organizada que
en mi país, pero nada que no se pueda resolver. Primero me trataron de
sobornar, me dijeron que si les daba $20 dólares me dejarían pasar
inmediatamente. Me hice el desentendido y no les quedó otra que firmar mi
pasaporte. Luego retiré mis maletas y las llevé para que las revisen. Me
dijeron que si les compraba un café, las maletas pasarían sin ser revisadas. No
hubiera tenido ningún problema en haberlo hecho, si tan sólo hubiera tenido un dólar liberiano, así que les dije que se los compraría en otra ocasión. Me revisaron
un par de cosas y me dejaron pasar. Pasando esta última barrera, ya pude sentir
que había llegado a mi destino.
Afortunadamente,
Lindsay, mi novia, me estaba esperando en el aeropuerto. Ella ya conoce cómo
funcionan las cosas acá y tenía un taxi para nosotros. Resulta que desde el
aeropuerto hasta la ciudad es una hora más de viaje, pero todo tiene otro
sentido a esta altura. Ahora podía observar los paisajes y a las personas. Todo
es muy verde por acá. Se pueden observar árboles de plátanos y papayas en todos
lados.
Llegué a la casa de la encargada del proyecto en el que trabajaré y dormí por unas horas para luego tener mi primer almuerzo en Liberia. Finalmente, ya me podía sentir casi como en casa, sino fuera porque aún me queda un viaje de nueve horas hasta Saclepea, Nimba County, donde viviré y trabajaré por aproximadamente siete meses.
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